Amenaza de Intolerancia Religiosa
El aumento de la intolerancia en Europa es un hecho de elevada gravedad, no solo por sus consecuencias en términos de violación de derechos humanos, discriminación y crímenes basados en el odio con la consiguiente ruptura de la convivencia y paz social, sino por su tenebrosa proyección de futuro en la que algunos grupos extremistas hablan y alientan conflictos sociales de carácter racial y religioso como nos confirma la vecina Francia y los resultados electorales en Cataluña, sin olvidar los continuos conflictos en numerosos países basados en la islamofobia, el antisemitismo y la cristianofobia.
Alarmados por el crecimiento de la intolerancia y sus manifestaciones de racismo, xenofobia y otras expresiones de odio y discriminación religiosa o por convicciones, diferentes organismos internacionales reaccionan y recuerdan principios fundamentales recogidos en la Carta de Naciones Unidas y en la Declaración Universal de los derechos Humanos como la dignidad y la igualdad de la personas, así como el respeto y libertades fundamentales de todos, sin distinción racial, de sexo, idioma o de religión. Son fundamento mismo de una sociedad democrática los principios de no discriminación y de igualdad ante la ley, así como el derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia, de religión o convicciones.
Las Declaraciones y acuerdos internacionales entienden que la religión o las convicciones, para quien las profesa, constituyen un elemento fundamental de su concepción de la vida y por tanto, la libertad de religión o convicciones debe ser íntegramente respetada y garantizada, por lo que resulta esencial promover la comprensión, la tolerancia y el respeto en las cuestiones relacionadas con este derecho de libertad. Además, en general, insisten en recordar que el desprecio y violación de los derechos humanos y libertades fundamentales, en particular el derecho a la libertad de pensamiento, conciencia, de religión o convicción, ha causado directa o indirectamente guerras, genocidios y grandes sufrimientos a la humanidad.
Estas y otras consideraciones análogas llevaron a Naciones Unidas a proclamar en 1995 el Año Mundial por la Tolerancia y a la UNESCO a aprobar una Declaración e instituir el 16 de Noviembre, aniversario de su constitución, como Día Mundial por la Tolerancia. Momentos de movilización general que no continuaron y no se tradujeron en instrumentos políticos y legislativos. En esta Declaración, los jefes de Estado y de Gobierno, apostaron por defender este principio como un valor esencial de la convivencia democrática, reclamando que no se confunda con la noción de perrmisividad y precisando que la “Tolerancia es el respeto, la aceptación y el aprecio de la riqueza infinita de las culturas de nuestro mundo, de nuestras formas de expresión y medios de ser humanos. Fomentan la Tolerancia el conocimiento, la apertura de ideas, la comunicación y la libertad de conciencia. La Tolerancia es la armonía en la diferencia y no sólo es un deber moral, sino una exigencia política y jurídica”.
La Academia Universal de la Cultura constató el peligroso avance internacional de la intolerancia, ya sea racial, religiosa, sexista o cultural, su penetración y su papel estimulador del odio y en un Fórum Internacional analizó a fondo el problema y su dramática expresión en Europa, marcada históricamente por una idea de “intolerancia institucionalizada que explica los campos de concentración, los hornos crematorios, el suplicio del garrote, los osarios, las deportaciones, los gulags y el confinamiento”. En verdad que la historia nos proporciona un sin número de ejemplos. “La intolerancia individual y colectiva se conjugaron para dar origen a la Inquisición, las guerras de religión, genocidios, purgas totalitarias, fascismo, integrismo, etc.” afirma la Academia.
Elie Wiesel, superviviente de Auschwitz y premio Nobel de la Paz, en su texto introductorio del Forum afirma que la Intolerancia “no es solamente el vil instrumento del enemigo, sino que ella es el enemigo mismo”. Es la antesala del odio y la violencia e insiste en que tanto la intolerancia como el fascismo conducen inevitablemente a la humillación del prójimo y con ello a la negación del ser humano y sus posibilidades de desarrollo. Las manifestaciones de Intolerancia consagran como valor común, no a la persona con sus propias y diversas identidades, sino a la propia identidad enfrentada a la de los demás a quienes no acepta y niega respeto y dignidad. Es el denominador común y se presenta vinculada a manifestaciones de odio racial, nacional, sexual, religioso u otros comportamientos que discriminan, segregan, agreden o incitan a ello, a grupos, minorías o personas por el hecho de ser, pensar o actuar de modo diferente. Cuando la Intolerancia se transforma en un hecho colectivo o institucionalizado, socava la convivencia, los principios democráticos y supone una amenaza para la paz mundial.
Pero ¿cómo se puede combatir la intolerancia? Se sabe cómo enfrentarse al fascismo porque constituye un sistema, una estructura, una voluntad de poder y hay que desenmascararlo, rechazarlo, repudiarlo, excluirlo de las sociedades democráticas. Sin embargo, como afirma la Academia, con la intolerancia es más complicado por ser sutil, por ser una disposición común que anida potencialmente en nosotros y porque es difícil identificarla y detectar sus rasgos. La alimenta el prejuicio y ya decía Einstein “es más difícil neutralizarlo que dividir un átomo” pero lo grave, como señala la Academia, es su ductilidad porque la intolerancia no forma parte de un sistema, de una religión, ni de una ideología, sino de la propia condición humana, estando presente en cada uno de nosotros, penetrando con una profundidad mayor que cualquier ideología, encontrándose en el origen mismo de fenómenos de índole distinta.
La actual crisis económica esta posibilitando la difusión de prejuicios y tópicos de quienes alimentan la xenofobia, difundiendo discursos de intolerancia racial y religiosa muy peligrosos en campañas electorales, que dañan la convivencia democrática, la cohesión social y la integración intercultural. Muchas de esas infamias se difunden abiertamente en Internet alimentando el odio, además se celebran conciertos racistas, hostigamiento hacia las mezquitas, campañas que violan la dignidad y derechos de inmigrantes, minorías y del conjunto de la sociedad, cuando no nos vemos sorprendidos por ataques a sedes progresistas, asociaciones culturales y organizaciones sociales, sin olvidarnos de hostilidades reiteradas de algunos políticos y medios de comunicación hacia prácticas religiosas como el uso del velo. A todo ello hay que añadir las agresiones a personas que en algúnos casos han producido irreparables homicidio.
Resulta pertinente señalar, como afirma el Observatorio Europeo de Fenómenos Racistas y Xenófobos, que el miedo a todo lo relacionado con el Islam tras los atentados del 11 de septiembre ha aumentado de manera considerable y en Europa se ha traducido en un aumento de los ataques contra los inmigrantes. Como indica el informe, en general se ha producido un «recrudecimiento de las hostilidades y un incremento de los ataques verbales y físicos hacia musulmanes tanto en grupos como de forma aislada», en un nuevo fenómeno denominado «islamofobia».
Frente a esta amenaza resulta esencial que las futuras leyes de Libertad Religiosa y de Igualdad de Trato, sirvan para responder integralmente a la discriminación y al odio, siempre y cuando se recojan medidas de apoyo a las víctimas, se creen de Fiscalías de Delitos de Odio y Discriminación en todas las Comunidades Autónomas y se reforme el Código Penal adecuándose al mandato europeo que sanciona la incitación al odio y no permite espacio alguno de impunidad, situándonos en los mandatos internacionales de luchar eficazmente contra el racismo, la xenofobia y la intolerancia. Todos juntos, podemos.