Dos nuestros. No es una de las dos Españas la que hiela nuestro corazón, sino la atroz semejanza entre quienes creen que hay dos
Esta semana hemos recordado —con flores, con palabras, con lágrimas— dos muertes violentas: la de Enrique Ruano, hace 50 años, y la de Gregorio Ordóñez, hace 24. Dos hombres jóvenes que desafiaron la obediencia debida impuesta por sistemas criminales y pagaron por ello. Además de su coraje, les vinculan otras aproximaciones circunstanciales: uno de los premios Enrique Ruano a la defensa de los derechos humanos, que se conceden cada noviembre, recayó en 2018 en Consuelo Ordóñez, hermana de Gregorio. Y el homenaje del pasado domingo a Enrique Ruano ha tenido lugar en los jardines de Gregorio Ordóñez, en Madrid. Por eso Consuelo, en su cuenta de Twitter, ha subrayado este parentesco democrático entre ambos luchadores. De inmediato ha recibido objeciones en la red de quienes justifican una muerte pero no la otra o vitorean a uno de los caídos y menosprecian al otro. Los unos tienen a Enrique por un corifeo comunista, los otros a Gregorio por un facha y ambas piaras colaboran en volver a matarlos a los dos. No es una de las dos Españas la que hiela nuestro corazón, sino la atroz semejanza entre quienes creen que hay dos.
Enrique y Goyo, de haber llegado a conocerse, habrían discrepado ideológicamente en muchos aspectos, como suele pasar entre personas preocupadas por el bien común en una sociedad democrática. Pero creo firmemente que estarían de acuerdo en algo esencial: la necesidad de un orden político que acogiese sus discrepancias y las encauzase sin violencia ni terror social. Desde luego, ninguno de ellos hubiera levantado su mano contra el otro. Ambos se parecieron en aspirar a una convivencia en la disidencia bajo leyes acordadas, es decir, a la libertad. Pero aún más parecidos entre sí son quienes les arrebataron ese derecho.