Nos dice la UNESCO, en este Día 16 de Noviembre, que la Tolerancia ni es indiferencia, ni es indulgencia, y que su significado consiste en el “respeto, la aceptación y el aprecio de la rica diversidad de las culturas de nuestro mundo, de nuestras formas de expresión y maneras distintas de manifestar nuestra condición humana“ y que las Naciones Unidas se han comprometido a fortalecer la tolerancia mediante el fomento de la comprensión mutua entre las culturas y los pueblos. Este imperativo está en la base de la Carta de las Naciones Unidas y de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y es más importante que nunca en esta era en la que el extremismo y la violencia van en aumento y los conflictos se caracterizan por un menosprecio fundamental de la vida humana.
La Declaración de Principios de la UNESCO, asumida por la ONU, nos señala que no debemos equivocarnos y que la Tolerancia “no es lo mismo que concesión, condescendencia o indulgencia y que no significa permitir la injusticia social ni renunciar a las convicciones personales o atemperarlas”. Significa que toda persona es libre de adherirse a sus propias convicciones y acepta que los demás se adhieran a las suyas y que “Ante todo, la Tolerancia es una actitud activa de reconocimiento de los derechos humanos universales y las libertades fundamentales de los demás. En ningún caso puede utilizarse para justificar el quebrantamiento de estos valores fundamentales. La Tolerancia han de practicarla los individuos, los grupos y los Estados”.
Hace pocos días el profesor francés Samuel Paty fue asesinado. Al poco tiempo otro fanático yihadista en Austria causó tres muertos y numerosos heridos. Y aún está en nuestra memoria la tragedia de Paris, en la discoteca Bataclan recordada por las autoridades francesas. Samuel Paty dedicó su última clase a hablar de igualdad en un contexto de reflexiones sobre la ocupación durante la Segunda Guerra Mundial. Es evidente que compartimos el dolor y conmoción de toda la comunidad educativa que siente que su profesión se ha convertido en una actividad de riesgo, y objetivo potencial de ataque de fanáticos.
Asesinar a un maestro es pretender asesinar la razón, el conocimiento, el pensamiento crítico, la conciencia de pertenencia a la humanidad como identidad común. Las comunidades educativas de toda Europa tienen conciencia de que la intolerancia acecha de manera creciente y amenaza con quebrar la arquitectura de valores que se ha dado esta Europa construida sobre los cimientos del horror de las guerras mundiales y el Holocausto, con la Declaración Universal de los Derechos Humanos que mandata Educar para la Tolerancia. Estos son los antivirus de todo fanatismo.
En tiempos de banalidad del mal, de polarización, división y fanatismo, donde se vuelve a acabar con la vida de un maestro y se cometen crímenes de odio, hay que significar que lo que quieren es acabar con los valores de libertad, igualdad, fraternidad, tolerancia, laicidad, justicia y solidaridad que fundamentan la Unión Europea. Y frente a la intolerancia no hay más opción que combatir con la educación y la justicia toda forma de odio identitario que alientan proyectos totalitarios. Ahora cuando los extremismos y los fanatismos se desatan en todo lugar, con demasiada frecuencia, nunca ha sido tan necesaria la práctica de la Tolerancia, por lo que debemos afirmarla, defenderla y promoverla, pues como dice su Declaración: “No sólo es un deber moral, sino además una exigencia política y jurídica. La Tolerancia, la virtud que hace posible la paz, contribuye a sustituir la cultura de la guerra por la cultura de la paz”.