La amenaza de la Intolerancia
El resurgimiento del Racismo, la Xenofobia, el Antisemitismo y la Intolerancia en Europa muestra importantes contradicciones políticas, económicas y sociales que están sucediendo en el viejo continente. La crisis económica internacional, la presión y los movimientos demográficos, las modificaciones radicales en los países del Este, el complicado y lento proceso de unidad Europea, el temor e inseguridad por el futuro ante el desempleo y la pobreza son, entre otros, algunos elementos que las Instituciones Europeas han señalado como factores que propician el renacer de esta lacra social en todos los países del viejo continente.
Junto a estos factores señalados se configura un ambiente cultural y psico-social en amplios sectores de la población donde el fanatismo intransigente de las ideas hasta la banalización de la violencia en la cultura del ocio, pasando por las manifestaciones de homofobia o nacionalismo exacerbado, posibilitan el desarrollo de brotes de intolerancia que alimentan un amplio conjunto de actitudes y manifestaciones que desprecian, niegan o invitan a violar la aplicación de los Derechos Humanos, dificultando de manera definitiva la posibilidad de una convivencia democrática.
Haciendo un repaso a la Historia reciente de Europa, queda claro que la intolerancia que emanaba a finales de los 90 como una amenaza, en estos momentos es, tras los resultados electorales de Francia, Italia, Hungría, Holanda, Alemania, Austria, Finlandia…, una terrible realidad.
Alarma europea
En la década de los noventa, en paralelo a los grandes acontecimientos y transformaciones europeas y mundiales, se desarrollan graves sucesos, incendios, asesinatos, crecimiento político y social de nuevos fascismos… que tienen por motivos la diferencia étnica, religiosa, cultural, social o nacional, siendo un hecho constatable el avance en líneas generales de la intolerancia y el racismo.
Las Instituciones Comunitarias Europeas en 1984, aproximadamente diez años después del sangriento atentado de Bolonia que marcaría el renacimiento de la violencia ultra, comienzan a dedicar una gran atención al aumento del racismo y otras manifestaciones de intolerancia, así como a la aparición de grupos de extrema derecha y utranacionalistas.
El extraordinario y valioso informe del diputado griego democristiano, Dimitros Evrigenis, desvelaba el trasfondo ideológico, social y los objetivos de los grupos racistas y fascistas europeos, abriendo el camino a una toma de posición común en 1986, del conjunto de las instituciones europeas manifestada en la Declaración contra el Racismo y la Xenofobia realizada en ese año.
Unos años después, en 1989, el euro diputado socialista británico, Glyn Ford, ponente de la Comisión sobre el Racismo y la Xenofobia, presentaba al Parlamento Europeo la evaluación del seguimiento por parte de los Estados de sus compromisos contra la discriminación y la Intolerancia. El balance era preocupante, los textos aprobados anteriormente habían ido a parar a los armarios, los extranjeros procedentes de los terceros países no comunitarios se convertían en los excluidos de la Europea unida, explicaba el crecimiento de la intolerancia, asesinatos y hostilidad creciente hacia los gitanos, homosexuales, mendigos y extranjeros, así como los incendios a las sinagogas judías, profanaciones de tumbas y otras barbaridades que acompañaban a un crecimiento espectacular de la extrema derecha, especialmente entre los jóvenes, encontrando un auténtico vivero juvenil en el contexto de los hooligans o ultras de los campos de fútbol. El informe propuso numerosas medidas de prevención, protección e integración de los grupos desfavorecidos, que en su mayoría fueron desoídas y que posteriormente en 1993, en un nuevo informe no aprobado, realizado por el eurodiputado italiano Picoli, volverían a recordarse, evaluando, alarmando y pidiendo programas urgentes en el ámbito escolar, en los medios de comunicación y nuevamente en el ámbito de la integración social de los colectivos desfavorecidos. Este último informe recogía una resolución sobre el ascenso del racismo, la prolifracción de grupos y movimientos antisemitas e intolerantes, el avance de las insidiosas tesis revisionistas del Holocausto, los ataques a inmigrantes y refugiados y el grave peligro que corre la DEMOCRACIA, proponiendo la adopción de una directiva por el Consejo Europeo sobre una armonización legislativa sobre el tema.
En las elecciones europeas de junio de 1994, la alarma se disparó pues cerca de diez millones de europeos votaron a partidos racistas; en algunas localidades como Amberes, superaron el 25 por 100 de los votos. En el mes de octubre del mismo año, en las elecciones municipales belgas en algunas ciudades alcanzaron el 30 por 100, siendo el Vlams Block, un partido con especial predicamento en los jóvenes, quien recogió el voto racista y ultranacionalista. En Austria, en las elecciones generales celebradas el mismo día, otro extremista de derecha Jorg Haider, líder del FPOE ultra, capitalizaba un 23 por 100 de los votos, logrando en 1998 alcanzar responsabilidades de Gobierno.
Junto a estos datos escalofriantes, había que añadir la presencia en el gobierno italiano de ministros fascistas, la consistencia en Francia de la corriente LEPEN, la proliferación de grupos neonazis en la nueva Alemania y en España la unificación de grupos de extrema derecha en diversos proyectos renovados. Además surgían nuevos líderes de extrema derecha, que conectan con bases juveniles, que apelan a miembros marginalizados de la sociedad usando la recesión económica para promover su propia rama de xenofobia nacionalista con algo de nacionalsocialismo.
Los éxitos de la extrema derecha en las elecciones europeas les ha proporcionado sistemáticamente fondos públicos y plataformas públicas para exponer sus tesis. La sombra de una Europa lepenizada ha avanzado a fuerte ritmo y el objetivo central de estos grupos está siendo la inmigración, a la que han culpabilizado de ser la causa básica del desempleo, del incremento de la inseguridad ciudadana y de la delincuencia. El tema de la incruenta INVASIÓN DE EUROPA por los extranjeros, especialmente los magrebíes, ha sido crucial para la extrema derecha, para la difusión del racismo nacionalista, permitiendo buscar fácilmente un enemigo, un chivo expiatorio que se amplía a los colectivos judíos, a los mendigos, homosexuales y personas de la tercera edad.
El observatorio Europeo alertó en 1999 sobre el aumento del racismo y la xenofobia informando que se había trivializado en la vida cotidiana y subrayando el crecimiento de crímenes racistas. Particularmente grave es la vinculación de los extranjeros africanos al discurso de los riesgos para la salud, sobre todo la acusación de propagación del SIDA y su responsabilización de la delincuencia y del tráfico de drogas.
En España, los grupos ultras con especial predicamento en sectores juveniles de clases medias y populares marginalizadas, además del discurso de la invasión de los extranjeros, utilizan el problema de la corrupción para mostrar la necesidad de acabar con la democracia y la defensa del nacionalismo españolista ante un alarmismo de ruptura de la unidad de España por los nacionalismos vasco y catalán. A estos grupos hay que añadir el crecimiento de las sectas esotéricas e incluso sectas destructivas, algunas descaradamente neonazis, que los expertos llegan a calcular que en nuestro país cuentan con decenas de miles de adeptos, especialmente de jóvenes y mujeres entre 30 y 40 años.
La difusión en el campo del ocio de películas, videojuegos, juegos de rol, por parte de editores de ideas y discursos neonazis y racistas, y la presencia notoria en la mayoría de los campos de fútbol de estos grupos que en un ambiente de exaltación y anonimato, configuran el mapa estratégico del odio que encuentra en las actuales circunstancias internacionales un buen momento para su extensión.
No podemos concluir este repaso a la INTOLERANCIA sin dejar de mencionar los mayores dramas y graves conflictos que han conmocionado a las sociedades europeas. Uno de ellos fue el drama de SARAJEVO. La magnitud del GENOCIDIO perpetrado desde abril del 92 contra el pueblo bosnio, no deja lugar a dudas: 140.000 muertos (de ellos 10.000 en Sarajevo), 151.000 heridos (53.000 en Sarajevo), 1.835.000 personas desplazadas, 156.000 detenidos en campos de concentración serbomontenegrinos, 12.000 paralíticos o inválidos (de ellos 1.300 niños) y una cifra aproximada de 40.000 mujeres violadas, según cita Juan Goytisolo en su magnífico libro «Cuaderno de Sarajevo». Uno de los argumentos esenciales de la guerra es: la limpieza étnica.
Pero al drama de Sarajevo no le ha faltado compañía; a éste se le unieron el drama de Ruanda, otra guerra étnica con resultado de miles de muertos y refugiados o desplazados; el terror de una amenaza nuclear alentada por un tráfico incontrolado de plutonio y la existencia de más de 5.400 grupos mafiosos y fascistas en una Rusia en plena metamorfosis que cobija fenómenos ultranacionalistas y fascistas como el que lideró Zirinoski. A estos graves hechos hay que añadir la explosión de un INTEGRISMO; así como la violencia inusitada contra los gitanos de la Europa del Este que manifiesta su intolerancia contra este colectivo en una de sus muestras legislativas, como es el caso de la República Checa que deja apátridas, sin derechos e indefensos a 100.000 gitanos de este país. O las brigadas creadas en Hungría por los militantes del partido nazi Jobbik, que quieren echar a los gitanos de los pueblo del Norte, sin que el resto de partidos húngaros parezca intentar evitarlo.
Una intolerancia que alcanza a enfermos de SIDA, considerados pestosos, que superan ya los 17 millones de personas y cuyos 2/3 de los casos se concentran en el África subsahariana; intolerancia que se muestra por ejemplo, en la aprobación por mayoría en el Parlamento Ruso de una ley que exige certificado anti-sida a todo extranjero que quiera entrar en el país. Una intolerancia que retorna el discurso eugenésico y ampara la agresión a discapacitados, a personas de avanzada edad y a homosexuales, en búsqueda de una pureza racial proclamada por grupos neonazis juveniles que se desarrollan en Austria, Alemania, Bélgica y otros países europeos.
Y es que la INTOLERANCIA amenaza al mundo y a España, lógicamente, también.